Ideario
del gran insurrecto
La ruina
de la República
Una carta
pública a Venustiano Carranza, fechada el 17 de marzo de 1919, fue el último
documento rubricado por Emiliano Zapata, quien fue asesinado en Chinameca,
Morelos, el 10 de abril de ese mismo año. En dicha misiva, el Caudillo del Sur
planteaba verdades amargas sobre la situación del país. Según el zapatista
Antonio Díaz Soto y Gama, tal documento enfureció tanto a Carranza que éste
ordenó al general Pablo González acabar con el héroe de Anenecuilco y el
zapatismo en plazo brevísimo y sin reparar en los medios. A continuación, con
motivo del 130 aniversario del natalicio del general Zapata, La Jornada reproduce gran
parte de ese texto, el cual se halla depositado en el Archivo General de La
Nación
República
Mexicana
Ejército Libertador
Cuartel General.
Ejército Libertador
Cuartel General.
Cuartel
General del Ejército Libertador en el Estado de Morelos, a 17 de marzo de 1919.
Al C.
Venustiano Carranza,
México,
D.F.
Como
ciudadano que soy, como hombre poseedor del derecho de pensar y hablar alto;
como campesino conocedor de las necesidades del pueblo humilde al que
pertenezco; como revolucionario y caudillo de grandes multitudes, que en tal
virtud y por eso mismo he tenido oportunidad de reconocer las reconditeces del
alma nacional y he aprendido a escudriñar en sus intimidades y conozco de sus
amarguras y de sus esperanzas; con el derecho que me da mi rebeldía de 9 años
siempre encabezando huestes formadas por indígenas y por campesinos; voy a
dirigirme a usted ciudadano Carranza, por vez primera y última.
No hablo
al Presidente de la República, a quien no reconozco, ni al político, del que
desconfío; hablo al mexicano, al hombre de todo de sentimiento y de razón, a
quien creo imposible no conmuevan alguna vez (aunque sea un instante) las
angustias de las madres, los sufrimientos de los huérfanos, las inquietudes y
las congojas de la Patria.
Voy a
decir verdades amargas; pero nada expresaré a usted que no sea cierto, justo y
honradamente dicho.
Desde que
en el cerebro de usted germinó la idea de hacer revolución, primero contra
Madero y después contra Huerta, cuando vió que aquel caía más pronto de lo que
había pensado; desde que concibió usted el proyecto de erigirse en jefe y
director de un movimiento que con toda malicia denominó Constitucionalista;
desde entonces pensó usted primero que nada en encumbrarse, y para ello, se
propuso usted convertir la Revolución en provecho propio y de un pequeño grupo
de sus allegados, de amigos o de incondicionales, que lo ayudaron a usted a
subir y luego lo ayudasen a disfrutar del botín alcanzado; es decir, riquezas,
honores, negocios, banquetes, fiestas suntuosas, bacanales de placer, orgías de
hartamiento, de ambición, de poder y de sangre.
Nunca
pasó por la mente de usted que la Revolución fuera benéfica a las grandes masas
de esa inmensa legión de oprimidos que usted y los suyos soliviantaban con sus
prédicas.
¡Magnífico
pretexto y brillante recurso para oprimir y para engañar!
Sin
embargo, para triunfar fué preciso pregonar grandes ideales, proclamar
principios, anunciar reformas.
Pero para
poder evitar que la conmoción popular (peligrosa arma de dos filos) se volviese
contra el que la utilizaba y la esgrimía; para impedir que el pueblo, ya
semi-libre y sintiéndose fuerte, se hiciera justicia por sí mismo, se ideó la
creación de una dictadura a la que se dió el nombre novedoso de dictadura
revolucionaria.
Se
encontró luego la fórmula apropiada; se pronunciaron palabras sugestivas; eran
precisas, indispensables, la unidad de dirección y de impulso, la cohesión
entre los revolucionarios, la rapidez para concebir, la energía y la prontitud
para ejecutar. Todo eso, que no podrá tener cabida en una asamblea deliberante,
se otorgó a un solo hombre, que fué usted, y desde entonces us-ted fué el único
amo en las filas del constitucionalismo.
Para
hacer triunfar las reivindicaciones libertarias de la Revolución, se necesitaba
un dictador –se dijo entonces–. Los procedimientos autocráticos eran
inevitables para imponer a una sociedad refractaria a los principios nuevos.
En otros
términos, la fórmula de la política llamada constitucionalista, fué esta: Para
establecer la libertad hay que valerse del despotismo.
Sobre
estos sofismas se fundó la autoridad de usted, el absolutismo y la omnipotencia
de usted.
¿Como y
en qué forma ha hecho (usted, agregado con pluma) uso de esos exhorbitantes
poderes, que habían de traer el triunfo de los principios?
Aquí es
preciso, para no pecar de ligero, analizar con calma y pasar una revista
retrospectiva a los hechos desarrollados durante la ya larga dominación de
usted.
En el
terreno económico y hacendario, la gestión no puede haber sido más funesta.
Bancos
saqueados; imposición de papel moneda, una dos o tres veces, para luego
desconocer con mengua de la fé pública, los billetes emitidos; el comercio
desorganizado por estas fluctuaciones monetarias; el crédito pérdido en el
interior y en el extranjero; la industria y las empresas de todo género,
agonizando bajo el peso de contribuciones exhorbitantes, casi confiscatorias;
la agricultura y la minería, pereciendo por falta de garantías y de seguridad
en las comunicaciones; la gente humilde y trabajadora, reducida a la miseria,
al hambre, a las privaciones de toda especie, por la paralización del trabajo,
por la carestía de los víveres, por la insoportable elevación del costo de la
vida.
En
materia agraria, las haciendas cedidas o arrendadas a los generales o a los
favoritos; los antiguos latifundistas de la alta burguesía, reemplazados en no
pocos casos, por modernos terratenientes que gastan charreteras, kepí y pistola
al cinto; los pueblos burlados en sus esperanzas.
Ni los
ejidos se devuelven a los pueblos, que en su inmensa mayoría continúan
despojados; ni las tierras se reparten entre las gentes de trabajo, entre los
campesinos pobres y verdaderamente necesitados.
En
materia obrera, con intrigas, con sobornos, con maniobras disolventes, y
apelando a la corrupción de los líderes se ha logrado la desorganización y la
muerte efectiva de los sindicatos –única defensa–, principal baluarte del
proletariado en las luchas que tiene que emprender por su mejoramiento.
La mayor
parte de los sindicatos sólo existen de nombre; los asociados han perdido la fé
en sus antiguos directores, y los mas conscientes, los que mas valen, se han
dispersado, llenos de desaliento.
Hoy se
trata al parecer, de infundirles vida nueva, pero con miras políticas (como
siempre) y bajo la corruptora sombra del favor oficial. Acabamos de ver mítines
obreros presididos y patrocinados (!) por un gobernador de provincia, bien
conocido como uno de los servidores incondicionales de usted.
Y ya que
se trata de combinaciones de orden político, asomémonos al terreno de la
política, en el que usted ha desplegado todo su arte, toda su voluntad y toda
su experiencia.
¿Existe
el libre sufragio? ¡Mentira! En la mayoría por no decir en la totalidad de los
Estados los gobernadores han sido impuestos por el centro; en el Congreso de la
Unión figuran como Diputados y Senadores, creaturas del Ejecutivo y en las
elecciones municipales los escándalos han rebasado los límites de lo tolerable
y aún de lo verosímil.
En
materia electoral, ha imitado usted con maestría y en muchos casos superado, a
su antiguo, jefe Porfirio Díaz.
Pero,
¿qué digo?. En algunos Estados no se ha creído necesario tomarse siquiera la
molestia de hacer elecciones. Allí siguen imperando los gobernadores militares
impuestos por el Ejecutivo Federal que usted representa y allí continúan los
horrores, los abusos, los inauditos crímenes y atropellos del período
preconstitucional.
![Foto](file:///C:\Users\ruben\AppData\Local\Temp\msohtmlclip1\01\clip_image001.jpg)
El héroe
nacido en Anenecuilco, Morelos, ca. 1916, en imagen tomada del libro Mirada
y memoriaFoto Archivo Fotográfico Casasola/ INAH
República
Mexicana
Ejército Libertador
Cuartel General.
Ejército Libertador
Cuartel General.
Cuartel
General del Ejército Libertador en el Estado de Morelos, a 17 de marzo de 1919.
Al C.
Venustiano Carranza,
México,
D.F.
Como
ciudadano que soy, como hombre poseedor del derecho de pensar y hablar alto;
como campesino conocedor de las necesidades del pueblo humilde al que
pertenezco; como revolucionario y caudillo de grandes multitudes, que en tal
virtud y por eso mismo he tenido oportunidad de reconocer las reconditeces del
alma nacional y he aprendido a escudriñar en sus intimidades y conozco de sus
amarguras y de sus esperanzas; con el derecho que me da mi rebeldía de 9 años
siempre encabezando huestes formadas por indígenas y por campesinos; voy a
dirigirme a usted ciudadano Carranza, por vez primera y última.
No hablo
al Presidente de la República, a quien no reconozco, ni al político, del que
desconfío; hablo al mexicano, al hombre de todo de sentimiento y de razón, a
quien creo imposible no conmuevan alguna vez (aunque sea un instante) las
angustias de las madres, los sufrimientos de los huérfanos, las inquietudes y
las congojas de la Patria.
Voy a
decir verdades amargas; pero nada expresaré a usted que no sea cierto, justo y
honradamente dicho.
Desde que
en el cerebro de usted germinó la idea de hacer revolución, primero contra
Madero y después contra Huerta, cuando vió que aquel caía más pronto de lo que
había pensado; desde que concibió usted el proyecto de erigirse en jefe y
director de un movimiento que con toda malicia denominó Constitucionalista;
desde entonces pensó usted primero que nada en encumbrarse, y para ello, se
propuso usted convertir la Revolución en provecho propio y de un pequeño grupo de
sus allegados, de amigos o de incondicionales, que lo ayudaron a usted a subir
y luego lo ayudasen a disfrutar del botín alcanzado; es decir, riquezas,
honores, negocios, banquetes, fiestas suntuosas, bacanales de placer, orgías de
hartamiento, de ambición, de poder y de sangre.
Nunca
pasó por la mente de usted que la Revolución fuera benéfica a las grandes masas
de esa inmensa legión de oprimidos que usted y los suyos soliviantaban con sus
prédicas.
¡Magnífico
pretexto y brillante recurso para oprimir y para engañar!
Sin
embargo, para triunfar fué preciso pregonar grandes ideales, proclamar
principios, anunciar reformas.
Pero para
poder evitar que la conmoción popular (peligrosa arma de dos filos) se volviese
contra el que la utilizaba y la esgrimía; para impedir que el pueblo, ya
semi-libre y sintiéndose fuerte, se hiciera justicia por sí mismo, se ideó la
creación de una dictadura a la que se dió el nombre novedoso de dictadura
revolucionaria.
Se
encontró luego la fórmula apropiada; se pronunciaron palabras sugestivas; eran
precisas, indispensables, la unidad de dirección y de impulso, la cohesión
entre los revolucionarios, la rapidez para concebir, la energía y la prontitud
para ejecutar. Todo eso, que no podrá tener cabida en una asamblea deliberante,
se otorgó a un solo hombre, que fué usted, y desde entonces us-ted fué el único
amo en las filas del constitucionalismo.
Para
hacer triunfar las reivindicaciones libertarias de la Revolución, se necesitaba
un dictador –se dijo entonces–. Los procedimientos autocráticos eran
inevitables para imponer a una sociedad refractaria a los principios nuevos.
En otros
términos, la fórmula de la política llamada constitucionalista, fué esta: Para
establecer la libertad hay que valerse del despotismo.
Sobre
estos sofismas se fundó la autoridad de usted, el absolutismo y la omnipotencia
de usted.
¿Como y
en qué forma ha hecho (usted, agregado con pluma) uso de esos exhorbitantes
poderes, que habían de traer el triunfo de los principios?
Aquí es
preciso, para no pecar de ligero, analizar con calma y pasar una revista
retrospectiva a los hechos desarrollados durante la ya larga dominación de
usted.
En el
terreno económico y hacendario, la gestión no puede haber sido más funesta.
Bancos
saqueados; imposición de papel moneda, una dos o tres veces, para luego
desconocer con mengua de la fé pública, los billetes emitidos; el comercio
desorganizado por estas fluctuaciones monetarias; el crédito pérdido en el
interior y en el extranjero; la industria y las empresas de todo género,
agonizando bajo el peso de contribuciones exhorbitantes, casi confiscatorias;
la agricultura y la minería, pereciendo por falta de garantías y de seguridad
en las comunicaciones; la gente humilde y trabajadora, reducida a la miseria,
al hambre, a las privaciones de toda especie, por la paralización del trabajo,
por la carestía de los víveres, por la insoportable elevación del costo de la
vida.
En
materia agraria, las haciendas cedidas o arrendadas a los generales o a los
favoritos; los antiguos latifundistas de la alta burguesía, reemplazados en no
pocos casos, por modernos terratenientes que gastan charreteras, kepí y pistola
al cinto; los pueblos burlados en sus esperanzas.
Ni los
ejidos se devuelven a los pueblos, que en su inmensa mayoría continúan
despojados; ni las tierras se reparten entre las gentes de trabajo, entre los
campesinos pobres y verdaderamente necesitados.
En
materia obrera, con intrigas, con sobornos, con maniobras disolventes, y
apelando a la corrupción de los líderes se ha logrado la desorganización y la
muerte efectiva de los sindicatos –única defensa–, principal baluarte del
proletariado en las luchas que tiene que emprender por su mejoramiento.
La mayor
parte de los sindicatos sólo existen de nombre; los asociados han perdido la fé
en sus antiguos directores, y los mas conscientes, los que mas valen, se han
dispersado, llenos de desaliento.
Hoy se
trata al parecer, de infundirles vida nueva, pero con miras políticas (como
siempre) y bajo la corruptora sombra del favor oficial. Acabamos de ver mítines
obreros presididos y patrocinados (!) por un gobernador de provincia, bien
conocido como uno de los servidores incondicionales de usted.
Y ya que
se trata de combinaciones de orden político, asomémonos al terreno de la
política, en el que usted ha desplegado todo su arte, toda su voluntad y toda
su experiencia.
¿Existe
el libre sufragio? ¡Mentira! En la mayoría por no decir en la totalidad de los
Estados los gobernadores han sido impuestos por el centro; en el Congreso de la
Unión figuran como Diputados y Senadores, creaturas del Ejecutivo y en las
elecciones municipales los escándalos han rebasado los límites de lo tolerable
y aún de lo verosímil.
En
materia electoral, ha imitado usted con maestría y en muchos casos superado, a
su antiguo, jefe Porfirio Díaz.
Pero,
¿qué digo?. En algunos Estados no se ha creído necesario tomarse siquiera la
molestia de hacer elecciones. Allí siguen imperando los gobernadores militares
impuestos por el Ejecutivo Federal que usted representa y allí continúan los
horrores, los abusos, los inauditos crímenes y atropellos del período
preconstitucional.
![Foto](file:///C:\Users\ruben\AppData\Local\Temp\msohtmlclip1\01\clip_image001.jpg)
El héroe
nacido en Anenecuilco, Morelos, ca. 1916, en imagen tomada del libro Mirada
y memoriaFoto Archivo Fotográfico Casasola/ INAH
![Foto](file:///C:\Users\ruben\AppData\Local\Temp\msohtmlclip1\01\clip_image002.jpg)
Emiliano
ZapataFoto Archivo
Por eso
decía yo al principio de esta carta, que usted llamó con toda malicia, al
movimiento emanado del Plan de Guadalupe, REVOLUCION CONSTITUCIONALISTA, siendo
así que en el própósito y en la conciencia de usted estaba violar a cada paso y
sistemáticamente la Constitución.
No puede
darse, en efecto, nada más anticonstitucional que el gobierno de usted; en su
origen, en su fondo, en sus detalles, en sus tendencias.
Usted
gobierna saliéndose de los límites fijados al Ejecutivo por la Constitución: usted
no necesita los presupuestos aprobados por las Cámaras, usted establece y
deroga impuestos y aranceles, usted usa de facultades discrecionales en Guerra,
en Hacienda y en Gobernación; usted dá consignas, impone gobernadores y
diputados, se niega a informar a las Cámaras; protege al pretorianismo, y ha
instaurado en el país, desde el comienzo de la era constitucional hasta la
fecha, una mezcla híbrida de gobierno militar y de gobierno civil, que no tiene
de civil más que el nombre.
La
soldadesca llamada constitucionalista, se ha convertido en el azote de las
poblaciones y de las cantinas. Según confesión de uno de los más altos jefes de
usted (nada menos que el subsecretario de Guerra, Jesús Agustín Castro), la
Revolución se extiende y nuevos rebeldes aparecen cada día en gran parte debido
a los excesos y desmanes de jefes sin honor y carentes de todo escrúpulo, que
olvidando su caracter de guardianes del orden, son los primeros en trastornarlo
con sus crímenes y sus actos de bandalismo.
Esa
soldadesca, en los campos, roba semillas, ganados y animales de labranza; en
los pueblos pequeños incendia o saquea los hogares de los humildes, y en las
grandes poblaciones especula en grande escala con los cereales y semovientes
robados, comete asesinatos a la luz del día, asalta automóviles y efectúa
plagios en la vía pública, a la hora de mayor circulación en las principales
avenidas, y lleva su audacia hasta constituir temidas bandas de malhechores que
allanan las ricas moradas, hacen acopio de alhajas y objetos preciosos, y
organizan la industria del robo a la alta escuela y con procedimientos
novísimos, como lo ha hecho ya la célebre MAFFIA del AUTOMOVIL GRIS, cuyas
feroces hazañas permanecen impunes hasta la fecha, por ser sus directores y
principales cómplices personas allegadas a usted, o de prominente posición en
el Ejército, hasta donde no puede llegar la acción de un gobierno que se dice
representante de la legalidad y del orden.
Y sin
embargo, usted acaudilló a todos esos hombres, usted fue su primer jefe, usted
sigue siendo el responsable ante la opinión civilizada, de la marcha de la
administración y de la conducta del ejército, y sobre usted recaen esas manchas
y a usted le salpica ese lodo.
¡Con
cuanta rázón los gobiernos extranjeros no tienen confianza en el de usted, y
por que justo motivo el de Francia se ha negado a recibir al enviado
Constitucionalista, considerándolo como el representante de una facción y no
como el funcionario de un gobierno!
Las
naciones extranjeras recuerdan la conducta de usted durante el periódo del gran
conflicto guerrero, y no tiene para usted sino recelos, desconfianza y
hostilidad.
Usted
protestó ser neutral, y se condujo como furioso germanizante; permitió y azuzó
la propaganda contra las potencias aliadas, protegió el espionaje alemán,
obstruccionó y perjudicó el capital, los intereses y las finanzas de los
extranjeros hostiles al kaiser.
Usted,
con sus desaciertos y con sus tortuosidades, con sus pasos en falso y sus
deslealtades en la diplomacia, es la causa de que México se vea privado de todo
apoyo por parte de las potencias triunfadoras y si alguna complicación
internacional sobreviene, usted será el único culpable.
Usted ha
orillado a nuestro país a la ruina, en lo económico, en lo financiero, en lo
político y en el orden internacional.
La
política de usted ha fracasado ruidosamente.
Usted
ofreció y anunció que por medio de un régimen dictatorial que disfrazó con el
nombre de Primera Jefatura, haría la paz en la República, mantendría la
coheción entre los revolucionarios y consolidaría el triunfo de los principios
de reforma.
La paz no
se ha hecho, ni se hará nunca con los procedimientos que usted emplea, y con el
desprestigio que sobre usted pesa. Los revolucionarios, los de la facción
constitucionalista, los que usted ofreció unir, están cada vez más desunidos;
así lo confesó usted en su último manifiesto. Y en cuanto a los ideales
revolucionarios, yacen maltrechos, destrozados, escarnecidos y vilipendiados
por los mismo hombres que ofrecieron llevarlos a la cumbre.
Nadie
cree ya en usted, ni en sus dotes de falsificador, ni en sus tamaños como
político ni como gobernante.
Es tiempo
de retirarse, es tiempo de dejar el puesto a hombres hábiles o más honrados.
Sería un crimen prolongar esta situación de innegable bancarrota moral,
económica y política.
La
permanencia de usted en el poder es un obstáculo para que se haga obra de unión
y de reconstrucción.
Por las
intransigencias y los errores de usted, se han visto imposibilitados de
colaborar en su gobierno, hombres progresistas y de buena fé que hubieran
podido ser útiles a México.
Esos
hombres, esos intelectuales, esa juventud pletórica de ideales, esa gente
nueva, no mancillada, no corrompida ni gastada; esos revolucionarios de ayer
que se han apartado de la cosa pública llenos de desencanto; esos jóvenes que
se han iniciado en los grandes principios de la Revolución y siente infinitas
ansias de realizarlos; esos enamorados del ideal, que hoy llevan el alma
impregnada de amargura; podrían todos ellos, podrían seguramente constituir un
gobierno serio, honrado, fuerte, impulsado por anhelos generosos y atento a
cumplir los compromisos contraídos en hora solemne.
Devuelva
usted su libertad al pueblo, ciudadano Carranza; abdique usted sus poderes
dictatoriales, deje usted correr la savia de las generaciones nuevas. Ella
purificará, ella dará vigor, ella salvará a la Patria.
Y si
usted, como simple ciudadano, puede colaborar en la magna obra de
reconstrucción y de concordia, sea usted bien venido.
Pero, por
deber y por honradéz, por humanidad y por patriotismo, renuncie usted al alto
puesto que hoy ocupa y desde el cual ha producido la ruina de la República.
Nuevos
horizontes se presentan para la Patria. El señor Doctor don Francisco Vázquez
Gómez, hombre conciliador y atingente, antiguo y firme revolucionario, invita a
la unión a los mexicanos, y ha encontrado una fórmula de unificación y de
gobierno, dentro de la que caben todas las energías sanas, todos los impulsos
legítimos, el esfuerzo de todos los intelectuales de buena fe y el impulso de
todos los hombres de trabajo.
Bajo esa
nueva dirección se podrá hacer patria, se fundará una paz definitiva, se
reorganizará el progreso, se consolidará un gran gobierno: el Gobierno de la
unificación revolucionaria.
Y para
allanar esa obra –que de todas maneras habrá de realizarse– sólo hace falta que
usted cumpla con un deber de patriota y de hombre, retirándose de lo que usted
ha llamado Primera Magistratura, en la que ha sido usted tan nocivo, tan
perjudicial, tan funesto para la República.
EMILIANO
ZAPATA